martes, 15 de mayo de 2018

2 SAMUEL. CAPÍTULO 12.

Penitencia de David (Sal 51)


121El Señor envió a Natán. Entró Natán ante el rey y le dijo: 

-Había dos hombres en un pueblo: uno rico y otro pobre. 2El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; 3el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. 4Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, tomó la cordera del pobre y convidó a su huésped.
5David se puso furioso contra aquel hombre, y dijo a Natán:
6-¡Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte! No quiso respetar lo del otro, pues pagará cuatro veces el valor de la cordera.
7Entonces Natán dijo a David:
-¡Eres tú! Así dice el Señor, Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel, te libré de Saúl, 8te di la hija de tu señor, puse en tus brazos sus mujeres, te di la casa de Israel y Judá, y por si fuera poco te añadiré otros favores. 9a ¿Por qué te has burlado del Señor haciendo lo que él reprueba? Has asesinado a Urías, el hitita, para casarte con su mujer. 10Pues bien, no se apartará jamás la espada de tu casa, por haberte burlado de mí casándote con la mujer de Urías, el hitita, 9b y matándolo a él con la espada amonita. 11Así dice el Señor: Yo haré que de tu propia casa nazca tu desgracia; te arrebataré tus mujeres y ante tus ojos se las daré a otro, que se acostará con ellas a la luz del sol que nos alumbra. 12Tú lo hiciste a escondidas, yo lo haré ante todo Israel, en pleno día.
13David dijo a Natán:
-¡He pecado contra el Señor!
Natán le respondió:
14-El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás. Pero por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá.
15Natán marchó a su casa.
El Señor hirió al niño que la mujer de Urías había dado a David, y cayó gravemente enfermo.
16David pidió a Dios por el niño, prolongó su ayuno y de noche se acostaba en el suelo. 17Los ancianos de su casa intentaron levantarlo, pero él se negó, ni quiso comer nada con ellos. 18El séptimo día murió el niño. Los cortesanos de David temieron darle la noticia de que había muerto el niño, pues se decían:
-Si cuando el niño estaba vivo le hablábamos al rey no atendía a lo que decíamos, ¿cómo le decimos ahora que ha muerto el niño? ¡Hará un disparate!
19David notó que sus cortesanos andaban cuchicheando y adivinó que había muerto el niño. Les preguntó:
-¿Ha muerto el niño?
Ellos dijeron:
-Sí.
20Entonces David se levantó del suelo, se baño y se mudó; fue al templo a adorar al Señor; luego fue a palacio, pidió la comida, se la sirvieron y comió.
21Sus cortesanos le dijeron:
-¿Qué manera es esta de proceder? ¡Ayunabas y llorabas por el niño cuando estaba vivo, y en cuanto ha muerto te levantas y te pones a comer!
22David respondió:
-Mientras el niño estaba vivo ayuné y lloré, pensando que quizá el Señor se apiadaría de mí y el niño se curaría. 23Pero ahora ha muerto, ¿qué saco con ayunar? ¿Podrá hacerlo volver? Soy yo quien irá donde él, él no volverá a mí.
24Luego consoló a su mujer, Betsabé, fue y se acostó con ella. Betsabé dio a luz un hijo, y David le puso el nombre de Salomón; el Señor lo amó, 25y envió al profeta Natán, que le puso el nombre de Yedidías* por orden del Señor.
26Mientras tanto, Joab había atacado a la capital de los amonitas y se había apoderado de ella. 27Despachó unos mensajeros que dijeran a David:
-He atacado Rabá. He conquistado el barrio de los aljibes. 28Moviliza a los reservistas, acampa contra la ciudadela y ocúpala tú; si no, la conquistaré yo y le pondré mi nombre.
29David llamó a filas a los reservistas, marchó a Rabá, la atacó y la conquistó. 30Le quitó a Moloc la corona (que pesaba treinta kilos de oro), con una piedra preciosa que David puso en su diadema, y se llevó un botín inmenso de la ciudad. 31Hizo salir a todos los habitantes y los puso a trabajar con sierras, escoplos y hachas, y a trabajar en las tejeras. Hizo lo mismo con todas las poblaciones de los amonitas. Después David volvió a Jerusalén con todo el ejército.

Explicación.

12 Cuando los hombres callan, la palabra de Dios se alza para acusar. Los hombres tienen motivos para callar: por complacencia cortesana, por miedo de subordinados. Quizá corrían por Jerusalén comentarios maliciosos, reprobatorios o indulgentes, de la conducta real. El autor no recoge la voz del pueblo.

Lo más grave es que la conciencia de David también calla. Al profeta que pronunció la promesa dinástica, le toca ahora pronunciar la acusación y condena, en nombre de Dios. Es encargo arriesgado, y el profeta prepara el oráculo con una parábola. El primer verbo es mandó: el Señor toma la iniciativa que en el capítulo precedente había tomado David.

12,1-4 La parábola es breve y eficaz. Ritmo y sonoridad están muy estilizados, sobre todo en binas paralelas y opuestas. Todo es anónimo, reducido a tipos elementales: el hombre rico, el hombre pobre, el hombre viajante, anónima es la ciudad. Y el "uno, uno, uno", repetido en el texto hebreo, culmina la cuarta vez en "una sola corderilla".

A la oposición de los personajes se añade la del desarrollo: el rico "tiene" simplemente, el pobre cuida, atiende, convive; lo que en uno es relación de posesión, en el otro es relación casi personal (y por aquí se hace transparente la parábola).

Tres palabras miran al capítulo precedente: "comía, bebía, se acostaba". No hay alusión explícita al verbo matar, implícitamente puede aludir el verbo hml (ahorrar, perdonar). Es difícil saber si el verbo ´sah = hacer, preparar, significaba ya oprimir, violentar; en caso afirmativo la frase es terriblemente ambigua.

12,1 Recuérdese el proverbio: "El rico y el pobre se encuentran: a los dos los hizo el Señor" (Prov 22,2).

12,5-6 David escucha la parábola como un caso que él tiene que sentenciar con su autoridad suprema, y lo sentencia sin preguntar nombres. La compensación del cuádruplo está prevista en la ley (Ex 21,37); el reato de muerte, no previsto en la ley, parece sugerido por la villanía de la acción.

Entonces el profeta da un nombre al rico de la parábola, y con él nombra también al pobre y a su cordera. "Tú": la narración bíblica, aun simple ficción, interpela y acorrala al hombre, es luz que penetra y delata, como dice Heb 4,12.

12,7-12 Ahora viene el oráculo propiamente dicho. Sigue con alguna libertad el esquema clásico: beneficios de Dios = agravante (7b-8), denuncia (9), condena motivada con la repetición de la denuncia (10), continúa la condena con nueva introducción (11-12). Además se conserva la clásica correspondencia de delito y pena: la espada castiga a la espada, el robo de muchas mujeres el robo de una; lo subraya la repetición de unas cuantas palabras clave: espada, arrebatar, mujer.

El oráculo está ligado al capítulo precedente con otras repeticiones: "Reprueba el Señor", como en 11,27: "matar", "acostarse", "tomar por esposa", son repeticiones obvias.

El oráculo añade una dimensión nueva: personaliza fuertemente la ofensa al Señor (cfr. Sal 51,6). En rigor se diría que David ha ofendido a Urías; pero el Señor toma por suya la ofensa, y ésa es su última gravedad. Ello crea un nuevo sistema de relaciones: David es en la parábola el rico malvado; con relación a Dios había sido la cordera elegida y tratada con cariño especial "como una hija". Al abandonar ese papel, toma el puesto del rico, y ofende a su Señor, el cual se convierte en vengador del pobre y de su corderilla. La apertura trascendente del hombre hacia Dios y el interés personal de Dios por el hombre confieren su grandeza y gravedad a la caridad y justicia humana.

12,9 Algunos suprimen 9c.

12,11 El verbo heqim: hacer nacer, establecer, cumplir, es uno de los verbos clásicos de la promesa dinástica; aquí toma un complemento terrible: "desgracia", como respuesta al mal que ha hecho David. Vuelven en este verso las rimas del v.8 exageradas; y también el verbo dar, que en 8 hablaba de beneficios, aquí de castigo.

12,13-14 La respuesta de David es brevísima: iluminado por la palabra de Dios, se descubre cómo es ante Dios, y confiesa sin comentario su pecado contra el Señor. Dios perdona anulando la sentencia de muerte. ¿Acaso porque David perdonó a Saúl? ¿Sólo por el arrepentimiento actual? Eso es lo que buscaba la palabra de Dios, salvar. Incluso cuando acusa es salvadora, quizá más salvadora cuando acusa. Pero se le impone una pena. En términos forenses: se le conmuta la pena de muerte en la pérdida del hijo del pecado. El padre es castigado en el hijo al perderlo, no es castigado el hijo.

12,15-25 El episodio tiene un movimiento narrativo muy regular, que va enderezado a la explicación final de David. Los cortesanos toman el puesto del lector, mientras que David adopta un tono sapiencial que puede recordar el salmo 49.

Sumando acción y explicación, descubrimos una construcción en doble contraste, que gráficamente representaríamos por un cuadrado y dos diagonales.

niño vivo                 David mortificado

niño muerto            David vivificado

Es decir, mientras el niño vive, la acción de David es negativa, de renuncia, como si quisiera tomar sobre sí la enfermedad del hijo para sanarlo, aunque no por sustitución, sino orando a Dios; su única actividad entonces es suplicar. En cuanto muere el niño, se suceden rápidamente las acciones vitales de David, mientras que su visita al templo es silenciosa, de simple adoración. El niño vivo todavía le conservaba la esperanza, no en medios humanos, sino en la misericordia del Dios de la vida; el niño muerto le trae una resignación melancólica, como si el hijo comenzara a tirar de él hacia la tumba; y David se aferra a la vida. La vida presente es todo el horizonte de David: Dios no hará desandar al hijo muerto su último camino ni detendrá la marcha del padre vivo. De ordinario se dice del que muere que "se va a reunir con sus padres", ahora se añade esa nota triste: "también con el hijo".

En este horizonte David puede consolar a la madre con su amor y con la esperanza de un nuevo hijo que ocupe el puesto del primero. La frase del v. 24 "se acostó con ella" es la misma de 11,4, pero suena muy distinta: a la pasión violenta ha sucedido un amor madurado en el dolor compartido.

Rechazado el primer hijo, el Señor elige al segundo: es como un sello de la reconciliación con David. Yedidías significa "favorito del Señor", y su primer componente es asonante de David; Salomón es asonante de paz y prosperidad y de la ciudad de Jerusalén. Es otra vez Natán quien trae el mensaje del Señor sobre el recién nacido.

12,23 Tob 13,2; Sal 71,20.

12,25 * = Amado del Señor.

12,26-31 La intensidad de los relatos precedentes nos ha hecho olvidar el asedio de Aman (Rabá). también tiene que recordarlo David para volver al campamento a compartir la suerte de sus soldados, aunque sea sólo para la victoria final.

Cambiar el nombre a una ciudad es prácticamente común: Nm 32,41.42; Jue 18,29. No lo hizo David con la ciudad jebusea que había conquistado: "Ciudad de David" designa solamente la parte vieja de Jerusalén. En cambio, trae muchos prisioneros para la construcción, probablemente para ampliar su capital.

Llevarse la corona del dios es un acto de prepotencia, y a los ojos de los amonitas es un sacrilegio. El dios que lleva el nombre de Rey (Moloc) se queda sin corona.

12,31 Jos 9,23.27.

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